Frontera Domínico-Haitiana. Foto de Archivo, diciembre 2018
Pareciera un día cualquiera de diciembre, ya asoma la brisita, sobre todo en Santiago. Al atardecer me aventuro en una caminata no tan dura en el otrora Monumento a la Paz de Trujillo, he ido a medio día y es una mala idea, pero ahora hay otras personas ejercitándose o simplemente caminando como yo y el clima es fresco. Subo, veo las tonalidades rojizas tiñendo el cielo, aprecio el paisaje y bajo pronto para caminar alrededor de la base donde también hay familias compartiendo. Detrás veo luces multicolores y un movimiento de personas más intenso, me acerco y observo que está ahí la Villa Navidad, entro en parte por curiosidad, en parte por mi búsqueda o como una huida de la realidad, después de todo la Navidad, más allá de ser creyente o no, nos envuelve por esa suerte de pompa artificial excesivamente ornamentada con luces brillantes y rojos coca-cola que nos sacan del día a día. Paso por los filtros de seguridad que me parecen un tanto excesivos, más que hacerme sentir un ambiente familiar pienso que solo falta que me realicen el registro biométrico. Camino por arcos con luces, y me topo con una caja de regalo gigante que nos enmarca en una foto. Hay estrellas que brillan, esferas enormes, matas iluminadas, un puente y cascadas de luz, y claro, como “la vida es rica”, hay un ángel al centro revestido de una blancura que se intensifica con los bombillos, patrocinado por supuesto por la empresa de lácteos y jugos que me hace recordar a mi abuela que hizo un “favor” a la familia al casarse con un hombre “alto y blanco como la leche”. Veo una fila y la sigo para acceder al Bosque de Nieve, cuando abren las compuertas al otro lado me encuentro con una nevera muy fría adornada con arbolitos navideños y mucha nieve artificial que cubre el piso hecha con bolitas de foam. Las familias se tiran fotos, todos parecen contentos y los niños se divierten recostados sobre el suelo mientras se mueven para formar angelitos en la “nieve”. Me alegra saber que hay chicos ahí pasándola bien, pero eso es lo que me ha llevado hasta esa Navidad plantada, buscando las ausencias, a aquellas y aquellos que están pero escapan de las cartografías convencionales, a los que no queremos ver.
Investigo la ausencia en la movilidad humana, y tradicionalmente las niñas, niños y las mujeres fueron invisibilizados de los estudios sobre migración al enfocar al hombre adulto en edad laboral como el sujeto típico de estudio. Si de por sí en este país el migrante haitiano es perseguido, señalado y estigmatizado, las niñas y niños, sus madres, y en general las mujeres parecieran no existir, están pero no están, están cuando nos molestan, cuando perturban el paisaje, “invaden” las calles, los hospitales o las escuelas, pero no están para todo lo demás, no cuentan como seres humanos, ni siquiera como fuerza laboral o productiva aunque lo sean, bastaría saber lo que aporta al PIB la mano de obra haitiana en el sector de la construcción, bastaría ver quién es el guachimán de tal o cual edificio, la trabajadora doméstica, la vendedora o vendedor de agua, dulces, maní, maíz o salchichas. Bastaría ver quiénes trabajan en el sector turismo codo a codo con los dominicanos, quiénes produjeron el azúcar de nuestra mesa en condiciones de explotación o quién cultivó tal o cual producto agrícola. Y aunque es ilegal el trabajo infantil, bastaría ver quién limpia el vidrio de tu auto, quién lustra tus zapatos, quién te ofrece un dulce o un palito de coco en Boca Chica, quiénes ayudan a los adultos en las fincas o en la frontera a cargar la mercancía. En Estados Unidos se han realizado los paros “un día sin mexicanos” o “un día sin inmigrantes” en protesta por el trato contra ellos y las políticas migratorias que los criminalizan, paralizando varias actividades en muchas ciudades importantes como Los Ángeles. ¿Qué pasaría si un día no ocupan sus trabajos los migrantes haitianos en República Dominicana? ¿Habría suficiente mano de obra dominicana dispuesta a suplir lo que realizan? Por eso están pero no están, aportan pero los invisibilizamos, les negamos derechos y hasta humanidad, por ejemplo, en septiembre me sorprendía un comentario racista en un segmento de opinión en la televisión nocturna en el que el presentador se expresó de los haitianos como “la única raza que muerde la mano que le da de comer”, rematando que son “unos roedores”.
En los túneles de la base del Monumento de Santiago solían dormir niños haitianos no acompañados que se dedican sobre todo a limpiar zapatos. Ahora con las redadas masivas de las que no escapan ni los niños ni las mujeres embarazadas a pesar de que la ley lo prohíba, los que han logrado permanecer están más dispersos y ocultos. En una sola visita a un centro de detención de la Dirección General de Migración (DGM) se podría ver que diariamente llevan a niños incluso con fines de deportación saltándose todas las normativas, que hay migrantes hacinados en un pequeño espacio para 40 personas al que llegan a meter a más de 300 sin las condiciones mínimas de higiene; una madre desesperada porque su hija de 4 años la espera en casa y no sabe que su mamá hoy no va a volver, será deportada y no tiene a nadie más; o una curiosa interpretación del “interés superior del niño” al negar la posibilidad de que un pequeño de un año se quede con su tío que tiene documentos porque “debe” estar con su madre a pesar de que ahí literalmente pasarán una noche entre la mierda y terminarán por ser “botados”. Pareciera que la consigna es hacer sufrir.
Mientras vuelven a mi mente todas estas imágenes, y el señalamiento de activistas y organizaciones sobre que se está realizando una limpieza étnica en una suerte de racismo de Estado y racialización del control migratorio que afecta también a haitianos con documentos, a los domínico-haitianos e incluso a dominicanos negros que han sido confundidos y detenidos, me pregunto si así como esta Navidad, esta fecha, el Día Internacional del Migrante, no es vacía. Por supuesto que no dejarán entrar aquí, a esta villa navideña, a los niños que busco, esta brisita y este congelador y esta Navidad plantada no es para todos. ¿Cómo se pasará la Navidad en los centros de detención? ¿una noche de paz como la paz de Trujillo? Pienso en ese zapato infantil olvidado en el centro de detención, ¿lo olvidaron o se los llevan de tal manera que ni siquiera importa si van o no descalzos? Es una Navidad no solo de fronteras cerradas, sino de puertas cerradas, pues aunque haya una “brisita” que aparentemente llegará al más pobre, además del racismo, es la aporofobia la que también confunde al dominicano negro que en estos días recibirá quizá unos chelitos extra pero después será olvidado o incluso detenido con fines de deportación.
Más allá de agendas, signos políticos o teorías puristas y conspiratorias que inevitablemente caen en el lugar común de una imaginaria invasión vacía de sentido cuando actualmente todos venimos de todas partes, es una cuestión de humanidad, y repetiremos hasta el cansancio: ¡migrar no es un delito, ningún ser humano es ilegal!
Zapato infantil olvidado en centro de detención de migrantes. Diciembre, 2023
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